UNAM Instituto de Ecología

Cecilia

Cecilia González González nos ha compartido este testimonio.

Voy a hablar de mi experiencia en la UNAM como parte de la comunidad LGBTIQ+. Yo crecí en una familia y una escuela conservadoras, y como tal, no supe que la no-heterosexualidad existía hasta más o menos los 11 o 12 años, gracias a la televisión. Mi propia disidencia yo la intuía antes de eso, pero la pude ver realmente hasta que tuve una palabra para nombrarla, cuando tuve el lenguaje para reconocerme fue como si una gran parte de mí apenas naciera. Sin embargo, fue hasta los 16 años que conocí -en persona- a mi primera lesbiana. Iba en mi escuela, era más grande que yo. En ese momento ella, su amigo y yo éramos las únicas personas abiertamente LGBTIQ+ de las que yo tenía conocimiento en una institución que abarcaba desde el kinder hasta la preparatoria. La soledad de ese hecho no la voy a intentar describir. Por lo tanto, entrar a la universidad para mí fue una bocanada de aire. Conocer a cientos de personas nuevas me causó un gran alivio y sin duda mi conjunto de conocides de las diversidades sexo-genéricas creció, aunque no tanto como hubiera querido. Siempre he sentido que a las lesbianas nos es difícil encontrarnos. Con el tiempo vi a más y más personas nombrar abiertamente su disidencia, pero a la vez, ese tiempo me hizo pasar de la facultad al instituto. De nuevo un cuello de botella, la ola de personas jóvenes LGBTIQ+ que veía ahora gracias a las redes sociales no llegaba al instituto. Ahí me sentía como antes, con un puñado de conocidos, (casi) todos heterosexuales. Cuando llegué a mi laboratorio sólo éramos un chico gay y yo, cosa que nunca comentamos.

En este punto me doy cuenta de que no puedo hablar más de mi experiencia en el instituto sin hablar de él. De que era gay, de que no lo comentaba, de la sesión de terapia grupal que tuvimos en el instituto cuando se suicidó. Recuerdo que ese día se habló de muchas cosas, se analizaron factores, se habló de la salud mental en la academia, pero nada de homosexualidad. Yo en cambio sólo podía pensar en eso. Las cifras de depresión y suicidio entre personas LGBTIQ+ son aplastantes, y creo que todes en la comunidad lo sabemos sin necesidad de leerlo. Quería decir algo, pero a la vez me abatía tener que ser yo quien lo hiciera. Me pareció raro que ninguno de mis compañeros heterosexuales viera lo que a mí me era obvio, me sentí loca porque tal vez su homosexualidad no tenía nada que ver y sentí vergüenza de estar haciendo sobre mí misma un hecho que no lo era. Así pues, callé. El tiempo pasó y mal que bien sanamos. Me acostumbré otra vez a ser la única no heterosexual entre mis amistades del instituto y todo se sintió normal, hasta que de nuevo tuve compañía. Casi ni habíamos hablado y su presencia ya me hacía sentir menos ajena. Y es que creo que así pasa cuando has aprendido a vivir en un ambiente heterosexual, como que no te das cuenta, hasta que alguien más que es como tú llega y de pronto, con ese simple hecho, respiras mejor. Y te haces consciente de todo el tiempo que llevabas aguantando la respiración. No es normal que tenga que hacer mis relaciones con gente LGBTIQ+ en espacios que nada tienen que ver con mi vida académica. Si mando este texto es para eso, para que si alguien más que es como yo en el instituto lo lee, respire un poco mejor.